En ocasiones haces algo pensando que es una buena idea, pero las reacciones del entorno te sorprenden en negativo y te preguntas ¿Qué ha pasado? ¿He hecho algo mal? Aparece la niebla densa y desaparece el paisaje.

Cuando no entiendes qué pasa...

La cabeza empieza a dar vueltas, te pones a pensar, a interpretar y te creas una realidad imaginaria en tu cabeza que generalmente no coincide con la realidad. En mindfulness aprendemos a observar nuestros pensamientos, a aceptarlos y a darles el valor que tienen. Son pensamientos propios, con un toque especial de drama, o de desdramatizar, o tremendistas, o persecutorios... En fin, que nos comemos la cabeza.  A la vez, en mindfulness, observamos cómo adornamos nuestra manera de ver las cosas y de proyectarlas en nuestra mente cual película de ficción y nos damos cuenta que son eso, sólo pensamientos y formas de ver. Ahí se nos vienen esos pensamientos recurrentes..."Siempre igual" "Sólo me pasa a mi" "Me odia"... Y se nos escapan otros detalles del momento real y algunos que no conocemos.

Por eso, lo mejor es poder respirar, observarse y aceptar. Aceptar que las cosas son como son y que no sabemos el porqué (a veces se pueden aclarar, otras no); aceptar que montamos películas y que casi siempre son del mismo género; aceptar que no es ni bueno, ni malo. 

Esto nos ayuda a poner los puntos de realidad que sí tenemos, ver lo que podemos hacer, ver las consecuencias y tomar decisiones desde un momento más calmado y con más consciencia.

Cuando no entiendes qué pasa, no reacciones como un muelle. Párate a respirar, haz una meditación formal o informal, pero párate antes de contestar.